16 agosto, 2007

La Trama Sin Tejedor

En plena era de la información y superadas las distancias geográficas, el arte de curar practicado tradicionalmente en China se va extendiendo por Occidente sin dejar por ello de ser un enigma. Para acercarnos a la Medicina Tradicional China no tan sólo tenemos que desplazarnos por el espacio, sino también por el tiempo. Desarrollada sobre las mismas bases desde tiempos inmemoriales, su antigüedad, - para algunos todavía sinónimo de caduco- infunde respeto y, sobre todo, indica que se trata de la más experimentada de las medicinas. Por ello la medicina es el fruto de la tradición china que mejor resiste el paso del tiempo.

Toda medicina es producto de una cultura y está firmemente enraizada en el modo de pensar y sentir de un pueblo. No es posible trasplantar los conocimientos médicos de una civilización a otra sin que pierdan parte o toda su eficacia. La medicina china no se deja trasladar sin su contexto, ni tampoco traducir literalmente. Además el idioma chino no admite la creación de nuevas palabras. Los caracteres chinos representan una memoria de cuatro mil años, pero el sentido de los ideogramas se nos va haciendo borroso a medida que retrocedemos en el tiempo, lo que contribuye a hacer apenas descifrables textos que ya en su época tenían amplios significados, con franjas abiertas a la libre interpretación. Esta ambigüedad explica que un mismo texto original pueda dar pie a versiones tan dispares. En consecuencia para aplicarla a personas que viven en otras coordenadas culturales, y para convertirla en herramienta útil para solucionar los problemas del hombre de hoy, es imprescindible una clara comprensión de su método.

Los primeros pasos, en especial, entrañan una cierta dificultad. Los contenidos de esta medicina son de difícil transcripción. Reflejan una forma de pensar ajena a nuestra cultura. Nosotros escribimos sonidos, los chinos se expresan con imágenes. Los diccionarios no tienen correspondencias con sus ideogramas, ya que los conceptos son tan distintos como la lógica que los enlaza. El lector se topa con continuas referencias a unos elementos naturales: el "fuego" y el "agua", la "madera" y el "viento" que además se describen en términos de polaridad mediante los intraducibles Yin y Yang. El lenguaje parece hermético, accesible sólo a los iniciados; deja perplejo a quien simplemente se interesa por el tema y alimenta el escepticismo del simple curioso. Es opaco para quien parte de una formación científica, es decir, para buena parte de los lectores occidentales.

La medicina china no tiene términos estandarizados con un significado específico, sino que habla por analogía a fenómenos naturales perceptibles directamente y se expresa a través de las palabras de uso corriente, lo que dificulta su traducción a un idioma occidental. Para diferenciar los términos familiares de los conceptos de la medicina china se buscan formas arcaicas, se intenta huir de las connotaciones médicas modernas (Patrones por Síndromes) y se diferencian con mayúsculas términos como Riñón, Moco, Energía, Materia, Causa, Efecto, Bueno, Malo, Salud, Dolor, Emoción... las traducciones de los textos chinos deberían estar llenas de mayúsculas aunque quizás sería mejor simplemente que el lector tuviera en cuenta que en una cultura tan distinta todos los conceptos y las palabras que los soportan tienen necesariamente connotaciones distintas. Sin embargo tener al alcance de la mano los frutos de un saber médico arraigado en la más remota antigüedad justifica el esfuerzo para descifrar los aparentes enigmas.

Nos cuesta creer que un diagnóstico útil actualmente sea el mismo que se emitía en tiempos de Hipócrates y que el tratamiento aplicado hoy siga siendo un remedio ancestral introducido quizás hace tres mil años por un sabio eremita. Nos cuesta concebir una forma de entender el cuerpo humano que hace posible describir ligeros estados de subsalud y sistematizar y comunicar la sutil acción de innumerables sustancias de nuestro entorno natural sobre el organismo. Nos resulta difícil imaginarnos a nosotros mismos englobados en una vasta cultura con una escritura común, en la que los más antiguos maestros son clásicos de referencia obligada, en la que cada época ha sumado a este legado las aportaciones de sus propios Galenos, Avicenas, Harveys y Virchows; una antigua cultura en la que los médicos siempre fueron letrados y su práctica diaria fue un cedazo sólo permeable a los mejores procedimientos.

Sin embargo, una sociedad opta por una medicina no tanto por su eficacia como por su concordancia con los valores dominantes. Así a pesar de que ni los más acérrimos partidarios de la medicina científica encuentran hoy útiles los tratamientos de principio de siglo, las clases dirigentes que sucedieron al último emperador manifestaban tal admiración por todo lo occidental, que en 1914 el ministro responsable del tema comunicó a los médicos tradicionales su intención de abolir la Medicina China y promover una campaña para acabar con sus legendarios remedios. Esta desconfianza acentuó su incipiente decadencia.

La llegada de la modernidad desestabilizó una medicina fundamentada en el equilibrio. No está en su naturaleza el enfrentarse, el competir. Tanto la medicina china en general como el médico chino en particular, son como el eje de la rueda: éste ha de permanecer fijo en el centro para poder generar el movimiento armónico. Al adoptar una actitud defensiva este eje se desplazó y puso fin a la gran diversidad de modos de entender las teorías: se unificaron criterios, se cerraron filas en torno a escuelas que organizaban sólidamente sus conocimientos y, en consecuencia, se acabó con la efervescencia que animaba el saber médico.

Los ideólogos marxistas, devotos del Progreso y de la Ciencia, llegaron a afirmar que la Medicina Tradicional China no era más que "porquería acumulada durante milenios" y no fue hasta 1954, cinco años después de constituida la República Popular, cuando dejó de ser considerada por el poder como una "reminiscencia feudal", y se la equiparó oficialmente a la medicina científica. No tan solo se la equiparó, sino que fue conformada a su imagen y semejanza. Aparecieron Academias y Hospitales de Medicina Tradicional China que la pulieron y la fueron liberando de sus aspectos más "idealistas" y "anacrónicos" dando lugar a una única versión oficial, compendio racional de teoría y praxis.

La legitimación de la práctica de su medicina tradicional ha repercutido muy positivamente en la asistencia sanitaria china y en su difusión por Occidente, aunque esta adaptación a los valores del nuevo modelo social tuvo un alto coste. La Revolución Cultural uniformizó también la medicina. La técnica sustituyó al arte, los médicos-sanadores se convirtieron en funcionarios y los maestros pasaron a ser catedráticos. En la versión burocrática apenas se reconoce el antiguo arte de curar. La mirada del funcionario - formado en el materialismo dialéctico y atento a su posición en el escalafón- no se puede confundir con la del sabio, expresión de la experiencia, la intuición y la meditación. ¿Qué queda de aquella medicina ligada al arte y a la filosofía?

Este proceso es más evidente en medios científicos occidentales que pretenden reducir las tradiciones médicas a unas cuantas prácticas validadas científicamente, así como separarlas del resto, que seguiría siendo superstición y error. En vez de abrir y enriquecer la mentalidad moderna con las percepciones que nos llegan de la antigüedad, se tiende a abordar la Medicina Tradicional China con una mentalidad cientifista. Pero éste es un acercamiento infructuoso dado que no se puede reducir la cualidad a la cantidad, las imágenes a figuras geométricas, la experiencia al experimento, la intuición al cálculo estadístico. La ciencia no puede abarcar las sutilezas del pensamiento chino y de poco nos sirve en medicina una realidad minimizada a lo que puede ser medido o pesado. La sabiduría rebasa ampliamente los límites de la ciencia.

La Medicina China no es lo que fue. Sin embargo su espíritu se conservó más en la periferia de la República Popular donde la población china, aunque sometida a la influencia directa del mundo y de la medicina moderna, solía, salvo emergencias, optar por los tratamientos tradicionales. En las superpobladas Hong Kong, Macao y Taiwan, pude encontrar médicos competentes - y también muchos otros no tan expertos- en los más discretos rincones de cualquier edificio anónimo, en el mercado o en la herboristería.

Los más sencillos poseían unos conocimientos pragmáticos salpicados de medicina popular; los más modernos rotulaban su minúscula consulta con un "Centro o Instituto Internacional..." y tenían un panel luminoso para examinar los huesos y las articulaciones de los pacientes, homenaje a la poderosa medicina capaz de ampliar su visión más allá de sus sentidos. No importaban demasiado las conclusiones que pudieran sacar de las radiografías ya que estos datos en nada iban a cambiar ni el diagnóstico ni el tratamiento. El chino es un pueblo eminentemente práctico y no se entretiene examinando lo que no tiene arreglo, sino que se centra en recuperar la función en la medida que lo permite la lesión y la vitalidad del paciente.

Fuente: Medicina China - Una Trama Sin Tejedor

Autor: Ted J. Kaptchuck
Prólogo a la Edición Española del Dr. Miquel Masgrau (1995)
Editorial Los Libros de la Liebre de Marzo

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