21 septiembre, 2007

Shodo: el gesto puro

Jacques Kugen Foussadier, monje zen, es uno de los más antiguos discípulos del maestro Deshimaru. Desde hace más de veinte años practica la caligrafía. Los especialistas en este arte no dudan en reconocer a Foussadier como uno de los grandes maestros calígrafos occidentales. Las claves de esta vía: concentración, regreso hacia su propio centro, y repetición, eterno retorno sin apegarse a los resultados, ya sean buenos o malos.

En la práctica de la caligrafía la meta no es un punto final, sino algo constantemente móvil. Dicha movilidad exige una práctica sin interrupción. En esta práctica hay innumerables metas, cada instante posee la suya, pero no hay que pensar en alcanzarla conscientemente. El hecho de practicar incluye la meta. Ambos forman una unidad indisoluble.

De ello resulta una profunda y contínua transformación de sí mismo, más allá de los buenos o de los malos resultados. Los errores son experiencias que se aprovechan, pues la repetición permite reconocerlos y evitarlos. Por los errores podemos mejorarnos.

Totalmente concentrados en la postura justa del cuerpo, en cómo tener el pincel, en la correcta respiración y en el modelo que va a trazarse, es así como el discípulo puede olvidarse de sí mismo. Todo pensamiento consciente desaparece y cede su sitio a la transparencia actuante del cuerpo, que es otra forma de pensamiento, un pensamiento profundo y silencioso que origina en esa unidad que es el cuerpo-espíritu. Su expresión es el gesto, ya que el gesto puro, despojado de todo artificio mental, es manifestación verdadera del pensamiento del cuerpo. Cuando Picasso dijo: 'Yo no busco, yo encuentro', se refería, sin duda alguna, a esta actitud fundamental.

Wu Xin, en chino, Mu Shin, en japonés, significa literalmente, no espíritu, no-pensamiento intelectual, ausencia de pensamiento o de formación mental. Pensamiento del cuerpo, pensamiento en acción. El verdadero espíritu es la práctica en sí. Si el espíritu está absorto en algo distinto al trazo que está haciendo, no hay concentración. Cuando se toma el pincel, la mano se vuelve pincel. Ya no hay mano y pincel, hay mano-pincel. La riqueza de las posibilidades de este instrumento es infinita, depende de la sensibilidad, de la sutileza del artista en el momento de la ejecución.

El pincel ha de tomarse fuertemente, con la energía justa. Los dedos deben estar soldados al mango. Así el pincel se vuelve servidor. Obedece exactamente a los movimientos, a los impulsos que le son transmitidos, dejando un trazo fiel en el papel.

Este instante es único y definitivo. Imposible modificarlo. En música un intérprete no puede volver atrás cuando se equivocó de nota, imposible volver atrás en el tiempo. El trazo de caligrafía, una vez que ha sido absorbido por el papel, es definitivo, irremediable, sin retorno. La mínima corrección sería visible, perceptible para el ojo, y la frescura del trazo, perdida para siempre.

Ni la caligrafía ni la pintura, permiten el más mínimo arrepentimiento. La obra largamente trabajada termina surgiendo, natural como una fuente. En este estadio no hay intervención de la persona, es el pensamiento del cuerpo que actúa. El artista vive plenamente su obra, expresión de la vía, expresión de vida. El misterio de las cosas tal cual son.

(Fuentes: http://www.zen-deshimaru.com.ar - http://www.theartofcalligraphy.com)

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